Esta necesidad de publicar lo que escribo a qué responde. He leído en muchas ocasiones que escribimos para que nos amen. También he leído que escribimos para entender, entendernos y que se nos entienda. Lo cierto es que aún no se cual de las razones es la que me motiva a mí a escribir y más aún, que es lo que me hace publicar lo que escribo. Pero a esta última acción le he reconocido un merito (muy difundido entre escritores): cuando públicas, los textos dejan de pertenecerte para formar parte del imaginario colectivo que juzgan y califican sus bondades, que en su mayor parte logran sorprender a su propio autor. Yo he investigado bastante para averiguar cuándo se sabe que una escritura a concluido, es decir, ¿cuándo culmina el proceso de edición? Si usted, lector, es fanático de este vano oficio, sabrá que el proceso nunca acaba. Es por eso que encontramos muchos diamantes en bruto que son joyas genuinas aun sin pulir. Pero recordemos el trabajo de Cervantes, El Quijote, el cual tiene imperfecciones difundidas y aceptadas universalmente, sin embargo, nadie se atrevería jamás a editar esa obra, es perfecta tal como está escrita. Ahora entiendo. El proceso tiene que llegar a un punto en el que nosotros sepamos que nadie jamás le haría alguna corrección. Pero me queda la duda si en eso pensaba Cervantes. Cuando critico algún texto lo hago sin temor, me siento experto y llego con mi maquina pulidora a quitar todo ello que sé que no sirve y luego todo lo posible para que el diamante brille en todo su esplendor, esplendor que yo pude ver antes de hacer mi trabajo. El problema es que aún no me atrevo a hacer lo mismo con lo que yo escribo, salvo algunos retoques, pincelazos que doy tratando de peinarlo un poco, nada más. No me atrevo a hacer el trabajo completo, a editarlos infinitamente y tener veinte versiones de un mismo texto en mi cabeza, con el temor de que cada uno signifique cosas distintas al publicarlo. Tengo miedo de usas mi maquina con ellos, tengo el temor que equivocarme y quitarles en un mal movimiento algo que valga. No puedo ser frió con ellos, los quiero tal como son. Hace algunos años odiaba a los editores porque decía que les quitaban el alma a mi trabajo. Incluso llegue a escribir algo en contra de un compatriota mío, Jaime Bayly. Ahora veo que no es así. Ellos hacen una labor que mi cobardía no me permite hacer.
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